Si tuviese que resumir
apresuradamente por qué viajo en bicicleta, simplemente me aventuraría a decir
que me hace sentir infinitamente más feliz. Viajar en bicicleta es elegir, el
hecho en sí afirma quién eres y adónde vas. Recorres el mundo para llegar a ti, el destino no importa;
se viaja gradualmente al interior de uno mismo; un viaje sin relojes que anhela
realidades sin maquillaje en busca de verdades sencillas. Una experiencia en
libertad exenta de rutina, pero sedienta de incertidumbre, que no desea seguir
caminos concluidos, sino dibujar una rodada insólita en el alma en busca de horizontes
inexplorados ¿No es en libertad acaso, donde encontramos la oportunidad de
definirnos y descubrir cuál es el significado de nuestra vida?
Cuando observas el mundo a la velocidad de las hadas, consientes percibir las cosas de una manera diversa, con más presencia y atención, dejando que lo intranscendente, lo cotidiano, cautive tu curiosidad. Súbitamente, se abre una ventana en tu consciencia por donde se filtra la luz de lo imperceptible. Tu impresión del mundo cambiará y un intenso arcoíris sucederá la anodina escala de grises que ensombrece tu percepción ¿Y qué son sino las pequeñas cosas, que muchas veces no advertimos, las que hacen este mundo tan extraordinario?
Viajar además con pocos recursos permite
superar nuestros límites de aislamiento e incomunicación. La bicicleta es
sinónimo de sacrificio y entrega, derriba las barreras de clase, arrebata
saludos y sonrisas llenas de complicidad, favoreciendo la integración entre las
diferentes culturas. La sencillez, unida a un presupuesto modesto, te aleja de
tu zona de confort, lo que propicia un frenesí de decisión y esfuerzo que tiene por objeto cubrir
tus necesidades básicas. Decides exponerte, eliges un contexto de riesgo, y
cuanto más riesgo existe, más se comparte. Entonces, las personas comenzarán a
entrar en tu vida como rayos de sol, y la felicidad llamará a tu puerta para
quedarse. A la felicidad siempre le gustó la compañía.
La vida sin la prisión del
cemento es mucho más rica. La compañía de los bosques, montañas, desiertos y
playas te reconcilian con la belleza natural del universo, sintiendo la
conexión ancestral entre la naturaleza y nuestro ser interior. Padecer los
elementos sobre tu cuerpo y advertir maravillado que te sientes más vivo que
nunca, es una de las experiencias más hermosas que un ser humano puede experimentar. Ser aire cuando el rugir del viento aplaca tu pedaleo; ser agua cuando
el aguacero anega los campos y ciega tu mirada; ser tierra cuando un escarpado
camino pretende amistad y el polvo seca unos labios que saben a aventura; ser frío cuando el viento gélido de la cima coagula
tus mejillas; ser sol cuando el calor consume el aire y precipita tu aliento. Debemos
aspirar a comprender los elementos hasta que su gusto sea dulce y delicado.
Entenderlos como un compañero inseparable, incondicionalmente, sin juzgarlos,
fluyendo como enseñan los ríos, que desde su nacimiento, desconocen el mar donde fundirán toda su esencia. Esta proposición está colmada de romanticismo, es
cierto, mas es alcanzar la actitud lo que importa. El ideal consiste en instruirse para
transformar los inconvenientes del camino en desafíos, siendo capaces de disfrutar del
proceso.
Sumergidos en esta comunión
natural aprendemos a sintonizarnos con nuestra sabiduría interior, enriqueciendo
nuestro espíritu y trabajando nuestros valores humanos más elevados. La
experiencia transciende a renovar nuestra actitud ante la vida, persiguiendo un
cambio de mentalidad que aboca a un pensamiento más humano; a conquistar un
conocimiento no para alcanzar una inteligencia competitiva, sino un
conocimiento abocado a ser mejor persona.
Cuando viajamos adoptando esta
filosofía, aprendemos a vivir. Aprender a vivir es aprender a no pensar en
términos de éxito y fracaso, dos conceptos egocéntricos que ensombrecen el
crecimiento personal que nace del sacrificio y la experiencia del tránsito.
Aprender a vivir es aprender a renunciar a objetos y convencionalismos
superfluos que nada tienen que ver con enriquecer nuestra vida interior.
Aprender a vivir es aprender a necesitar menos, creando y compartiendo más; es
una inversión en nosotros mismos que indirectamente revierte en la sociedad y el
futuro que vislumbramos.
Uno de los propósitos de esta
vida es satisfacerla de sensaciones y formas maravillosas, y el mundo de los
viajes en bicicleta está rodeado de ellas. El cambio comienza con tan sólo una
pedalada. Ese primer impulso cambió mi vida.
Juan Ramón Virumbrales - Raymon
Ruta Santa Cruz de la Sierra - Comarapa - Cochabamba, (Bolivia) 02/11/2015
Texto para el movimiento Cicloviajeros Bolivia para el V Foro Mundial de la bicicleta
Texto para el movimiento Cicloviajeros Bolivia para el V Foro Mundial de la bicicleta
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