BOLIVIA Y UNA BICICLETA SIN BRÍO

Mi viaje comienza en Santa Cruz. Previamente había contactado con dos movimientos ciclistas para que me ayudaran a conocer los detalles de la ruta así como las peculiaridades de Bolivia: Bicicultura y Pedaleros del Urubó. Para mí, conocer gente local y compartir confidencias con ellos es el 80% de un viaje. Muchos viajeros se conforman con un extraordinario paisaje, el deleite de un colorido atardecer o la visita a unas ruinas centenarias clasificadas por la Unesco. Sin embargo, estas experiencias quizá adornen el espíritu, pero no lo transforman como lo hace la interacción entre dos personas. Especial agradecimiento a todos los consejos de Gina y un especial te quiero a los días que pasé en casa de Corina y Aníbal, dos deportistas pasionales que con inteligente esmero llenaron de emoción cada uno de mis días en Santa Cruz. Desde este momento Bolivia tiene rostro, nombre y apellidos.


Había planificado recorrer la accidentada cordillera oriental de Bolivia desde Santa Cruz a Cochabamba vía Samaipata - Comarapa. Una ruta realmente exigente que minimicé en mis ensoñaciones, pero que me castigó inexorablemente sobre la bicicleta. Ahora sé que mi inconsciente eligió esta ruta sin mi permiso; designó un purgatorio de dificultad y desniveles para redimir algún mal comportamiento pasado que no supe corregir. En cada ascenso la rueda trasera se aferraba al asfalto con desánimo, disgustada por un peso inabarcable. Sin embargo, lo que más afligía era la desazón y la zozobra del corazón, que negociaban con pesadumbre los pedales. Una cadencia sin significado que resucitaba en ocasiones al distinguir absorto la inconcebible belleza de la cordillera oriental ¡Qué hermoso es el mundo! ¡Y que poco conscientes somos de ello!


Era mi primer contacto con las etnias de las montañas. Se suceden las pequeñas moradas de labranza donde la vida es cruda y las miradas gratas otrora fueron secuestradas por el sufrimiento. Rostros castigados por las inclemencias del tiempo, cuyas arrugas penetran bajo la piel como cicatrices endurecidas por la injusticia. Nuestras miradas se cruzan esbozando una cálida sonrisa, intentando dilucidar que pensamos el uno del otro, que sustancia anida nuestros juicios. La mayoría de las veces el error somete nuestra mente, los dos llegamos a pensar que tenemos razón, que estamos en lo cierto respecto a nuestro modelo de vida. Nos encontramos ante la primera semilla que siembra la guerra ¿Cómo aprender a mirar? Tal vez, si consiguiéramos desvincularnos de la creencia, conquistaremos un considerable fragmento de la sabiduría.

Los días se suceden y el cansancio se acumula. El cortisol comete sus excesos  y el insomnio abre la puerta a pensamientos incómodos. Noches de nostalgia que rememoran tiempos mejores, pero que no acallan el clamor gélido de las sábanas. Suena el despertador y el cuerpo pesa como el plomo. No conseguí un merecido descanso; sin embargo, prefiero reposar mis fatigados huesos sobre la bicicleta: la libertad y la belleza del paisaje harán el resto.

Libertad, que lindo y ambivalente concepto. Rescato de mi memoria a Don Quijote de la Mancha: “La libertad, Sancho, es uno de los más preciosos dones que a los hombres dieron los cielos; con ella no pueden igualarse los tesoros que encierra la tierra y el mar encubre; por libertad así como por la honra, se puede aventurar la vida y, por el contrario, el cautiverio es el mayor mal que puede venir a los hombres.” Me gustaría preguntarle a tan valeroso hidalgo si la libertad puede subsistir sin la complicidad del corazón. Cuando he sentido la libertad más profunda e inefable, también existía el espacio vacío de un abrazo que no conseguía llenar.


Una vez más comienza el carrusel sinuoso de desniveles. El viento me tiende su mano, pero en poco tiempo, veleidoso, cambia de parecer y se suma como adversario. Planto pies en tierra y comienzo a empujar decididamente durante kilómetros. La rodilla derecha se resiente, evocando con pesar aquel fatídico accidente sufrido en Marruecos; después de cinco cirugías esta trémula rodilla se resiste a abandonar. No siento dolor al pedalear, pero sí al espolear la bicicleta y resbalar en el ripio, puesto que el tramo más severo en desnivel no se encuentra asfaltado. Demasiados kilos para este viaje, si bien la tristeza abarca el sobrepeso. Las rutas futuras planificadas en el altiplano boliviano condicionan un equipamiento de viaje para cuatro estaciones, lo que significa más carga en las alforjas. La ruta es exigente y no da tregua. Las nubes están muy bajas en altitud,  y apenas se puede apreciar la belleza de la cordillera. El esfuerzo se asemeja más a una competición de resistencia y desafío personal que a expectativas más modestas. En ese mismo momento soy consciente de la equivocación. He  proyectado una ruta de envergadura sin la forma adecuada, con un corazón pesaroso, y con exceso de peso. No es mi intención arriesgar a estas alturas de viaje. Ya habrá tiempo para retos, si es que acontecen.

De los 550km por los que transcurre el recorrido Santa Cruz - Cochabamba, los 80km que comprenden los dos últimos altos de 3000 y 3700m los realizo con la bici cargada en una furgoneta, pero entre calurosas conversaciones con Juan Carlos y su hijo Danielo, que me enseñan a tomarle el pulso a un país diverso y contradictorio.

A pesar de la falta de ánimo, sería injusto no advertir el extraordinario recorrido de montaña y su particular belleza; poblaciones cuyos mercados desbordan júbilo y color, y donde abnegadas mujeres de trenzas azabache, pollera y elegantes sombreros, parecen soportar con insólito coraje los pilares de la sociedad boliviana. Días bellos, en resumen, donde descubrí un rincón  más de esta vida.




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2 comentarios

  1. Excelente relato. Viajo en tus alforjas también.

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  2. Que grande eres Ramón! Me has hecho vivir en primera persona tu fatigado y a la vez enriquecedor viaje con tus acertadas palabras, eres un ejenplo crack, un abrazo! Carlos

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